Vamos hacer un repaso por las anecdotas más graciosas e
interesantes que han ocurrido de verdad en la historia de la ciencia.
Las Preguntas del Examen
Se cuenta que un alumno universitario a mediados del siglo XX
volvió al cabo de unos años al departamento de física en el que había
estudiado y al ver un examen le comentó al profesor
"¡Las preguntas son las
mismas que cuando yo me examiné!"
"Cierto," le contestó el profesor,
"pero
las respuestas de este año son todas diferentes".
El Chofer de Einstein
Se cuenta que en los años 20 cuando Albert Einstein empezaba a ser
conocido por su teoría de la relatividad, era con frecuencia solicitado por
las universidades para dar conferencias.
Dado que no le gustaba conducir y
sin embargo el coche le resultaba muy cómodo para sus desplazamientos,
contrató los servicios de un chofer.
Después de varios días de viaje, Einstein le comentó al chofer lo aburrido
que era repetir lo mismo una y otra vez.
"Si quiere", le dijo el chofer, "le puedo sustituir por una noche.
He oído su conferencia tantas veces que la puedo recitar palabra por
palabra."
Einstein le tomó la palabra y antes de llegar al siguiente lugar,
intercambiaron sus ropas y Einstein se puso al volante.
Llegaron a la sala
donde se iba a celebran la conferencia y como ninguno de los académicos
presentes conocía a Einstein, no se descubrió el engaño.
El chofer expuso la conferencia que había oído a repetir tantas
veces a Einstein.
Al final, un profesor en la audiencia le hizo una
pregunta.
El chofer no tenía ni idea de cual podía ser la respuesta, sin
embargo tuvo un golpe de inspiración y le contesto:
"La pregunta que me hace es tan sencilla que dejaré que mi chofer,
que se encuentra al final de la sala, se la responda".
El Peso del Cerebro
Bischoff fue uno de los anatomistas de mayor prestigio en Europa en
los 1870's.
Una de sus ocupaciones era el pesar cerebros humanos, y tras
años de acumular datos observo que el peso medio del cerebro de un hombre
era 1350 gramos, mientras que el promedio para las mujeres era de 1250
gramos.
Durante toda su vida utilizo este hecho para defender ardientemente
una supuesta superioridad mental de los hombres sobre las mujeres.
Siendo
un científico modelo, a su muerte dono su propio cerebro para su colección.
El correspondiente análisis indicó que pesaba 1245 gramos.
Wittgenstein y el tren
Se cuenta que el filósofo Ludwig Wittgenstein se encontraba en la
estación de Cambridge esperando el tren con una colega.
Mientras esperaban
se enfrascaron en una discusión de tal manera que no se dieron cuenta de la
salida del tren.
Al ver que el tren comenzaba a alejarse Wittgenstein echó a correr
en su persecución y su colega detrás de él.
Wittgenstein consiguió subirse
al tren pero no así su colega.
Al ver su cara de desconsuelo, un mozo que
estaba en el andén le dijo, - no se preocupe, dentro de diez minutos sale
otro.
- Ud. no lo entiende- le contestó ella- él había venido a despedirme.
¡¡¡EUREKA!!!
Herón II, rey de Siracusa, pidió un día a su pariente Arquímedes
(aprox. 287 a.C. - aprox. 212 a.C.), que comprobara si una corona que había
encargado a un orfebre local era realmente de oro puro.
El rey le pidió
también de forma expresa que no dañase la corona.
Arquímedes dio vueltas y vueltas al problema sin saber como
atacarlo, hasta que un día, al meterse en la bañera para darse un baño, se
le ocurrió la solución.
Pensó que el agua que se desbordaba tenía que ser
igual al volumen de su cuerpo que estaba sumergido.
Si medía el agua que
rebosaba al meter la corona, conocería el volumen de la misma y a
continuación podría compararlo con el volumen de un objeto de oro del mismo
peso que la corona.
Si los volúmenes no fuesen iguales, sería una prueba de
que la corona no era de oro puro.
A consecuencia de la excitación que le produjo su descubrimiento,
Arquímedes salió del baño y fue corriendo desnudo como estaba hacia el
palacio gritando :
"¡Lo encontré! ¡Lo encontré!".
La palabra griega "¡Eureka!" utilizada por Arquímedes, ha quedado
desde entonces como una expresión que indica la realización de un
descubrimiento.
Al llevar a la práctica lo descubierto, se comprobó que la corona
tenía un volumen mayor que un objeto de oro de su mismo peso.
Contenía
plata que es un metal menos denso que el oro.
Ver:
Principio de Arquímedes
Yo soy el Papa
En cierta ocasión Bertrand Russel (1872-1970) estaba especulando
sobre enunciados condicionales del tipo:
"Si llueve las calles están
mojadas" y afirmaba que de un enunciado falso se puede deducir cualquier
cosa.
Alguien que le escuchaba le interrumpió con la siguiente pregunta:
"Quiere usted decir que si 2 + 2 = 5 entonces usted es el Papa".
Russel
contestó afirmativamente y procedió a demostrarlo de la siguiente manera:
"Si suponemos que 2 + 2 = 5, entonces estará de acuerdo que si restamos 2
de cada lado obtenemos 2 = 3.
Invirtiendo la igualdad y restando 1 de cada
lado, da 1 = 2.
Como el Papa y yo somos dos personas y 1 = 2 entonces el
Papa y yo somos uno, luego yo soy el Papa"
Von Neumann y la mosca
Al matemático húngaro-americano John von Neumann(1903-1957) le
propusieron una vez el siguiente problema:
Dos trenes separados por una distancia de 200 km se mueven el uno
hacia el otro a una velocidad de 50 km/h.
Una mosca partiendo del frente de
uno de ellos vuela hacia el otro a una velocidad de 75 km/h.
La mosca al
llegar al segundo tren regresa al primero y así continúa su recorrido de
uno a otro hasta que ambos trenes chocan.
¿Cuál es la distancia total
recorrida por la mosca?
Neuman respondió inmediatamente :"150 km"
"Es muy extraño", dijo el que se lo había propuesto, "todo el mundo
trata de sumar la serie infinita".
"No entiendo por que lo dice" le contesto Neumann.
"¡Así es como lo
he hecho"
La manera fácil de hacerlo es tener en cuenta que los trenes se
encuentran después de recorrer 100 km.
El tiempo transcurrido será de 2 h
(100 km)/(50 km/h).
Por tanto la mosca habra recorrido (75 km/h)*2 h = 150
km]
La anécdota del barómetro
El texto que aparece a continuación es un clásico de Internet.
Circula por la red en multitud de variantes. Apareció originalmente en la
revista Saturday Review, el 21 de Diciembre de 1968.
Su autor es un
profesor americano de física llamado Alexander Calandra.
Ángeles en un alfilerUna parábola moderna
Hace algún tiempo recibí una llamada de un colega que me pidió si
podría arbitrar en la calificación de una pregunta de examen.
Iba dar un
cero a un estudiante por su respuesta a una pregunta de física, mientras
que el estudiante afirmaba que debería recibir la máxima nota y así se
haría si el sistema no se hubiera organizado en contra de los estudiantes:
El profesor y el estudiante acordaron acudir a un árbitro imparcial, y me
eligieron a mi.
Acudí al despacho de mi colega y leí la pregunta del examen:
"Demuestra como se puede determinar la altura de un edificio alto con la
ayuda de un barómetro"
El estudiante había contestado: " Lleva un barómetro a lo alto del
edificio, átale una cuerda larga, haz que el barómetro baje hasta la calle.
Mide la longitud de cuerda necesaria.
La longitud de la cuerda es la altura
del edificio"
Hice notar que el estudiante realmente tenía derecho a una buena nota ya
que había contestado a la pregunta correctamente.
Por otra parte, si se le
asignaba una buena nota contribuiría a que recibiese una buena calificación
en su curso de física.
Se supone que una buena calificación certifica
competencia en física, pero la respuesta dada no se correspondía con esto.
Sugerí entonces que se le diera al estudiante otra oportunidad para
contestar a la pregunta.
No me sorprendió que mi colega estuviese de
acuerdo, sin embargo si lo hizo el que el alumno también lo estuviera.
Le di al estudiante seis minutos para responder a la pregunta con
la advertencia de que la respuesta debía mostrar su conocimiento de la
física.
Al cabo de cinco minutos, no había escrito nada.
Le pregunte si se
daba por vencido, pero me contesto que no.
Tenía muchas respuestas al problema; estaba buscando la mejor.
Al
minuto siguiente escribió corriendo su respuesta que decía lo siguiente:
"Lleva el barómetro a lo alto del edificio y asómate sobre el borde
del tejado.
Deja caer el barómetro, midiendo el tiempo de caída con un
cronómetro.
Luego usando la fórmula S=1/2 at2, calcula la altura del
edificio.
En este momento le pregunte a mi colega si se daba por vencido.
Estuvo de acuerdo y le dio al estudiante la máxima nota.
Al salir del despacho de mi colega recordé que el estudiante había
dicho que tenía otras muchas respuestas al problema, así que le pregunte
cuales eran.
"Oh, si, " dijo el estudiante. "Hay muchas maneras de
determinar la altura de un edificio alto con un barómetro.
Por ejemplo,
coges el barómetro en un día soleado y mides la altura del barómetro, la
longitud de su sombra, y la longitud de la sombra del edificio; luego
usando una simple proporción, determinas la altura del edificio."
"Excelente, " le respondí. "¿Y las otras?"
"Si, " dijo el estudiante. "Hay un método muy simple que le
gustará.
En este método se toma el barómetro y se comienza a subir las
escaleras.
A medida que se van subiendo las escaleras, se marca la longitud
del barómetro a lo largo de la pared.
Luego se cuenta el número de marcas y
esto dará la altura del edificio en unidades barómetro. Un método muy
directo."
"Desde luego, si quiere un método más sofisticado, puede atar el
barómetro al final de una cuerda, balancearlo como un péndulo; con él
determina el valor de ‘g’ a nivel del suelo y en la parte superior del
edificio.
De la diferencia entre los dos valores de ‘g’ se puede calcular
la altura del edificio."
Finalmente, concluyó, "hay muchas otras formas de resolver el
problema.
Probablemente la mejor," dijo, " es llamar en la portería.
Cuando
abra el portero, le dices lo siguiente: "Sr. portero, aquí tengo un
barómetro excelente.
Se lo daré, si me dice la altura de este edificio."
En este momento le pregunté al estudiante si conocía la respuesta
convencional a la pregunta.
Reconoció que si, dijo que estaba harto de que
los profesores del instituto y de la facultad trataran de enseñarle como
tenía que pensar, usando el "método científico," y a explorar la lógica
profunda de la materia de una manera pedante, como se hace a menudo en
matemáticas, en lugar de enseñarle la estructura de la materia.
Teniendo
esto presente, decidió recuperar el escolasticismo como un asunto académico
para desafiar las atemorizadas aulas de América.
Ojo con los Números
Johann Karl Friedrich Gauss fue uno de los más grandes matemáticos
de la historia.
Su precocidad en relación con las matemáticas se pone de
manifiesto en las siguientes anécdotas :
Antes de cumplir 3 años se encontraba con su padre que estaba
preparando la nómina de los obreros que de él dependían.
El joven Gauss que
seguía con gran atención los cálculos del padre le dijo al terminar :
"Padre has hecho mal la cuenta, el resultado debe ser ... ".
El padre al
repasar los cálculos comprobó con sorpresa que el hijo tenía razón.
La
historia es todavía más sorprendente si tenemos en cuenta que nadie le
había enseñado a leer.
Un día en la escuela cuando tenía 10 años el maestro propuso como
ejercicio sumar 100 números consecutivos.
Hay un método sencillo para
hacerlo que el maestro conocía pero sus alumnos no.
Era costumbre que el
primero en acabar el ejercicio debía dejar su pizarra sobre la mesa del
maestro, el siguiente alumno encima de la del primero y así sucesivamente.
Nada más terminar el maestro el enunciado del ejercicio Gauss puso
su pizarra sobre la mesa del maestro.
Cuando al cabo de una hora acabaron
sus compañeros, el maestro comprobó sorprendido como el resultado que
aparecía en la pizarra de Gauss era el correcto.
A Gauss, ya mayor, le gustaba contar como el resultado de su
pizarra era el único correcto.
El maestro quedó tan impresionado que de su propio bolsillo compró
un libro de aritmética y se lo regaló a Gauss quien rápidamente lo devoró.
Cuando un matemático oriental inventó el admirable juego de
ajedrez, quiso el monarca de Persia conocer y premiar al inventor.
Y cuenta
el árabe Al-Sefadi que el rey ofreció a dicho inventor concederle el premio
que solicitara.
El matemático se contentó con pedirle 1 grano de trigo por la primera
casilla del tablero de ajedrez, 2 por la segunda, 4 por la tercera y así
sucesivamente, siempre doblando, hasta la última de las 64 casillas.
El soberano persa casi se indignó de una petición que, a su
parecer, no había de hacer honor a su liberalidad.
- ¿No quieres nada más? preguntó.
- Con eso me bastará, le respondió el matemático.
El rey dio la orden a su gran visir de que, inmediatamente,
quedaran satisfechos los deseos del sabio.
¡Pero cuál no sería el asombro del visir, después de hacer el cálculo,
viendo que era imposible dar cumplimiento a la orden!
Para darle al inventor la cantidad que pedía, no había trigo
bastante en los reales graneros, ni en los de toda Persia, ni en todos los
de Asia.
El rey tuvo que confesar al sabio que no podía cumplirle su
promesa, por no ser bastante rico.
Los términos de la progresión arrojan, en efecto, el
siguiente resultado: diez y ocho trillones, cuatrocientos cuarenta y seis
mil setecientos cuarenta y cuatro billones, setenta y tres mil setecientos
nueve millones, quinientos cincuenta y un mil seiscientos quince granos de
trigo.
18.446.744.073.709.551.615
Sabido es que una libra de trigo, de tamaño medio, contiene 12.750
granos aproximadamente.
¡Calcúlese las libras que necesitaba el rey para
premiar al sabio! Más de las que produciría en ocho años toda la superficie
de la Tierra, incluyendo los mares.
Con la cantidad de trigo reclamada, podría hacerse una pirámide de
9 millas inglesas de altura y 9 de longitud por 9 de latitud en la base; o
bien una masa paralelipípeda de 9 leguas cuadradas en su base, con una
legua de altura.
Semejante sólido sería equivalente a otro de 162.000
leguas cuadradas con un pie de altura.
Para comprar esa cantidad de trigo, si la hubiera, no habría
dinero bastante en este mundo.
Dirac y la poesía
Cuando el físico norteamericano J.Robert Oppenheimer se encontraba
trabajando en Göttingen fue a verlo Paul Dirac y mantuvieron la siguiente
conversación: "
"Me han contado que escribes poesía"
No puedo entender como alguien que trabaja en los límites de la
física puede simultanear su trabajo con la poesía que representa una
actividad en el polo opuesto.
Cuando trabajas en ciencia tienes que
escribir sobre cosas que nadie sabe con palabras que todo el mundo sea
capaz de entender.
Al escribir poesía estas limitado a decir... algo que
todo el mundo sabe con palabras que nadie entiende".
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